EL SUEÑO DEL CELTA
La última novela de Vargas Llosa ha desplazado de mis preferencias, que poco importan ciertamente, a “La Guerra del fin del Mundo”. El escritor ha mostrado, con renovados bríos, su reconocida habilidad para alternar las circunstancias temporales que vivió el protagonista, que se inician cuando éste sale confundido, de la oscura celda de una cárcel inglesa, con la convicción que no le concederán el indulto a la pena capital, a la que estaba condenado por las instancias judiciales. La posible ejecución, se logra plasmar como colofón de la novela.
Roger Casement, un idealista irlandés incapaz de hacer concesiones a su propia conciencia, inicia sus labores burocráticas al servicio de la rubia Albión en el lejano Congo, cuando la Conferencia de Berlín de 1865, decidió abrir ese territorio de millones de kilómetros cuadrados y legiones de nativos, con el poco confiable propósito de incorporarlos al comercio, civilización y cristianización.
Al celta le resultó fácil percatarse que los europeos que ejercían diversos cargos en estas tierras negras, eran sólo viles explotadores, aventureros, rufianes y despreciables granujas, dispuestos a engañar, robar, vender o fornicar, a quienes se les pusiesen por delante.
Casement asqueado, durante su prolongada permanencia africana, redactó con extrema sobriedad un informe sobre las atrocidades que le tocó comprobar, que se presumían y comentaban “sotto vocce” en la civilizada Europa. Su informe elaborado sin pasiones, con rigor de una mente ordenada, aclaró la situación incierta y lo convirtió en un personaje popular e incluso heroico. La corona lo distinguió con un título nobiliario.
Su fama lo empujó al Perú, a la región del Putumayo, al reinado del caucho, cuyo soberano llamado Julio C. Arana, ha pasado a ser parte de la historia sórdida del Perú, como lo fue el conde Drácula en Rumanía Arana tenía a su disposición y provecho, un vasto imperio de caucho, un estado suyo, dentro del estado peruano, donde se cometían iguales o peores tropelías que en el escenario africano. Sin embargo Arana significó un provechoso complemento del gobierno peruano, que por la arisca geografía no tenía acceso desde Lima a la vertiente oriental y “el cauchero” resultó defensor de las fronteras peruanas, ante las ambiciones expansionistas de Colombia y Brasil, lo que ciertamente no lo autorizaba a que su empresa vejase, humillase, robase y maltratase a los indígenas esclavizados, con un régimen de servidumbre que los entrampaba hasta el fin de sus días.
La conciencia de severo e inflexible moralista de Casement, lo llevó a realizar un trabajo igual de prolijo que el anterior. Acumuló pruebas, incluso del castigo que implicaba el corte de las extremidades, así como del robo, saqueo, despojo y truhanería, que consistía, incluso, en robarle a los obreros en el peso del caucho recolectado, con balanzas truculentas y les pagaban en mercaderías, del propio Arana, tres veces más caras que su precio en Londres. Las pruebas parecían salir de una sistematizada mente jurídica, que permitieron iniciar proceso y acusar a la empresa de Julio C. Arana, la Peruvian Amazon Company, legalmente constituida e inscrita como corporación británica, cuyas atrocidades perjudicaban el prestigio de la U.K., que se sentía abanderada de las normas civilizadas en el mundo. Casement consiguió, incluso, la declaración de trabajadores barbadenses de la empresa, efectuadas ante autoridades competentes, ofreciéndoles protección si se pretendiese atentar contra sus vidas. El revuelo del escándalo fue de tal naturaleza, que los secuaces de Arana escaparon a Colombia y Brasil, para evitar el alcance del largo brazo británico. El desorden, en corto plazo, llevó al magnate mestizo a la bancarrota, a pesar de que vivió con el boato de los potentados europeos.
Casement, con costumbres de cartujo, quien vivía del modesto sueldo de funcionario, a quien le repugnaban las inmoralidades, tenía una debilidad que guardó en secreto. Había desarrollado cierta inteligencia para cruzar miradas cómplices con indígenas africanos y amazónicos, jóvenes, esbeltos y musculosos. Después de un imperceptible guiño, se encontraban en un lugar escondido, como si lo hubiesen planeado. Cambiaban besos, mordiscos, caricias, se quitaban el pantalón y el europeo, de rodillas, practicaba embrutecido una “fellatio”, para después ofrecer las temblorosas nalgas y terminar con un grito de triunfo, mezcla de dolor y placer, que generalmente le costaban el importe de dos libras.
Este triunfador, motivo de artículos elogiosos en la prensa británica y mundial, fue tomando paulatina conciencia de la vieja cultura celta, a la que pertenecía y a pocos, con precauciones, deseoso de recuperar sus orígenes, fue luchando por la emancipación de los irlandeses católicos y el rescate de las costumbres ancestrales. En su condición del irlandés más famoso de mundo, llevó la voz de protesta a los compatriotas residentes en América y los instó a colaborar con la causa. Estableció contactos con jerarcas alemanes, viajó a ese país con documentos falsos. Ofreció a los teutones la colaboración de los irlandeses, si se producía un conflicto entre ellos e Inglaterra y solicitaba el envío de 15,000 rifles y municiones con anticipación. Integró comités clandestinos, se puso públicamente al lado de autonomistas e independientes y finalmente, con absoluta dignidad, se enfrentó a la horca por el delito de traición a Inglaterra. En 1937 Irlanda se proclamó independiente y tomó el nombre de Eire. Casement había viajado, hacía mucho tiempo, al valle de Josafat.
Mario Vargas Llosa, quien en sus convicciones personales no apunta en favor del nacionalismo, nos hace entender el deslinde, cuando se encuentra el colonialismo de por medio. Sólo con esta novela, nuestro paisano podría justificar válidamente el premio concedido por la Academia Sueca. Nos confesamos mucho más que complacidos, de haber tenido este libro, como breviario, en la mesa de noche. Nuestro intelectual ha realizado un finísimo tejido de sus conocimientos de historia, geografía, geopolítica, visión cosmopolita, pasiones, ambiciones, debilidades y nos ofrece como producto final la novela total. ¡Salud Maestro!