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BETO ORTIZ CONTRA LOS PITUCOS.

Publicado: 2010-08-27

                             

Hace menos de dos meses, alguien  señaló a Alex Kouri de señorito. Jaime Bayly, con ironía y precisión conceptual, comentó:   “Señorito soy yo, Kouri no pasa der ser una pirañita”. Era la época en que Bayly acababa de bajarse de la “puta combi”, e iniciaba su corta campaña de demolición contra el maronita.

Señorito tiene un significado definido, aunque “dèmodè”, posiblemente por eso  Beto Ortiz utilizó el término “pituco”, al iniciar su abortada arremetida contra Bayly.

Por respeto a la justicia ordinaria peruana, Ortiz se exilió en Miami, donde se convirtió en otro “homeless”, sufriendo serias carencias materiales y afectivas, por la lejanía del terruño y el dinero.

Volvió y se enfrentó a la justicia. Consiguió escribir en un diario, una columna semanal;  dirigir al alimón un programa humorístico en televisión, contrajo una profunda angustia existencial, a pesar  que dejó de escarbar en la basura. Comía caliente tres veces al día y paseaba ,con un caniche, por la avenida Saenz Peña en Barranco, a la hora de salida de los estudiantes de arquitectura de la llamada Universidad Alas Peruanas.

En una oportunidad Bayly lo invitó a su programa televisivo, le aconsejó que perseverara en el tema literario, asegurándole que tenía talento. Ortiz se había preparado para lucir ingenioso, pero se mantuvo expectante, mudo, contestó con monosílabos, sufrió temor reverencial, como si se tratase de una cocinera entrevistada por una exigente dueña de casa.

Después gruñó. La entrevista le debió servir de trampolín, pero aparentemente iba a producir el  efecto contrario y se llenó de incomprensible rencor. Comenzó a sufrir una “Baylytitis” aguda, que derivó en una suerte de paranoia.

Se acostaba gordito y calvo, esperando  amanecer con menos kilos y cerquillo. Apenas despertaba corría a mirarse en un espejo malvado, de igual estirpe al de la madrastra de Blanca Nieves. “Espejito, espejito” decía zalamero, “dime que soy blanco y talentoso”. El espejo fruncía el ceño y con tono enojado de voz, similar al de la congresista Alcorta, contestaba  “Eres un cholo de m…..y estudiaste en el colegio que te correspondía. Bayly estuvo en el Markham, allí jugó hockey y crickett, deportes que sólo sirven para diferenciarse de ti. Aprendió en inglés, la oración fúnebre que Shakespeare atribuye a Antonio, ante los despojos de Julio César, aprendizaje que tuvo igual propósito. Finalmente, sus programas de televisión y la publicación de libros, le permiten cobrar dinero por camionadas”.

Esa noche soñó con la odiosa diferencia de clases, el imperialismo, como fase superior al capitalismo, la revolución permanente y la dictadura del proletariado, todo esto se condensaba en el matrimonio de Abimael, donde el único gesto proletario fue brindar con champaña “Noche buena”.

Un día se le apareció la virgen, un joven amigo suyo, tramitador ante los Registros Públicos, le informó que Bayly había adquirido dos departamentos en la zona mas exclusiva de San Isidro, pagando una suma astronómica.

“Hay que acusarlo de pituco” gritó entusiasmado, por pretender ser presidente y no destinar su dinero a fines nobles, en beneficio de niños pobres. Se enterneció, pensando en otros niños que él  había conocido.

En el imaginario populachero, el término pituco tiene definiciones imprecisas, que fluctúan entre la admiración y el  absoluto rechazo. Me llegó un correo acusando a Susana Villarán de pituca, por ser tataranieta del primer presidente del Club Nacional y porque su tío abuelo, don Hernando de Lavalle, fuese candidato a la Presidencia de la República en el año 1956. Eso es cierto, pero a Susana no le aumentan ni  le disminuyen los méritos que pudiese tener. El término “pituco” nació en Argentina, para señalar a la persona atildada en el vestir.  Yo no había cumplido diez años y recuerdo a mis padres volviendo de Buenos Aires. Mi viejo, chacarero a ultranza, calzaba botas hechas a mano por un acreditado artesano y usaba sombreros de paja de Catacaos.  Iba abriendo las maletas y en plan de chanza se probaba estupendos trajes de “Gath & Chávez”  e imitando, muy mal, el acento porteño, decía con humor que estaba convertido en un perfecto pituco. En otros países sudamericanos, se les dice pitucos a los “petimetres”, situados estos en una escala inferior, son: “los muñecos de torta, los escapados de un escaparate de Miami, los que usan zapatos de dos colores, los que ostentan en el bolsillo superior de la chaqueta, desbordantes pañuelos de seda, los que lindan con la huachafería en su intento de lucir elegantes”.  Susana Villarán no es pituca, Lourdes Flores tampoco,  quien trabaja doce horas al día no merece ese epíteto. Jaime Bayly, con esa gorra inglesa, el cabello desordenado y el traje recién arrugado, es lo menos pituco del país.

Por rencor que derivó en odio, por un arraigado complejo de inferioridad con relación a Bayly, por ser blanco en un colegio de “brownies” y por no haber jugado crickett en su adolescencia, Ortiz perdió el sentido de las proporciones. Ojalá mi amigo Saúl Peña pueda mitigar esa paranoia freudiana. Creo, en mi ignorancia, que hay un problema edípico. Ortiz cree que Bayly es su mamá.


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